América es un animal de Liguillas, un equipo que se limita a ganarlas, sufre y de la nada resurge. Aquí está el músculo de América, esa grandeza que ha labrado en más de cien años y que consolida con la obtención de la 15 y de un bicampeonato que se le había resistido en torneos cortos. En el Clásico de las Finales venció a un valiente Cruz Azul por 1-0, La Máquina no termina de encontrar la redención y se sigue martirizando ante los azulcrema.
Las Águilas vuelan alto, muy alto, son un equipo diseñado para ganar y cuyo fin único es ganar, en el último año André Jardine lo ha convertido en un equipo voraz. El americanismo amanece rebosante, infla el pecho, presume sus trofeos y ratifica su poder. No hay nadie como América, el más grande, el más ganador. El futbol mexicano vive bajo la ley del Club América.
Cruz Azul se mostraba mejor estructurado, compacto en defensa y con una hoja de ruta bien clara. Mientras, el conjunto de André Jardine no se mostró agresivo, fue cauto, y no avasallante, fue incapaz de generar juego, sus jugadores con desequilibrio no aparecieron y tampoco había esa conexión entra la sala de máquinas y la delantera.
El timing lo puso el cuadro celeste; América no carburaba y de pronto empezó a ver como Luis Malagón se convertía en su mejor jugador, porque Cruz Azul colgó dos pelotas en el área con sabor a gol, pero el portero azulcrema negó el momento de euforia tanto a Antuna como a Sepúlveda. Silencio grande en el Azteca.
La respuesta de América fue estéril, no había arrebato en las Águilas, apenas un par de tiros, pero ni Quiñones ni Zendejas eran punzantes por las bandas y Valdés no encontraba líneas de pase. Cruz Azul mostraba empaque, pero, sobre todo, que había aprendido del juego de fase regular.
Lo que América no era capaz de hacer, sí lo estaba haciendo La Máquina, porque en una gran jugada bien elaborada -de nuevo por banda derecha- Antuna asistió a Sepúlveda y éste descargó con Rivero, Nacho la tuvo franca, de cara al arco y como muchos la sueñan, pero su tiro se fue a las gradas.