Depresión, el rival a vencer; un mundo que no es lo que aparenta

CIUDAD DE MÉXICO.- Pablo Lavallén fue un jugador que a los 31 años y en un momento alto de su carrera sufrió ataques de pánico. Esto sucede cuando la presión invade un organismo de forma absoluta. Según la Federación Internacional de Futbolistas Profesionales, el 38 por ciento tiene problemas de este estilo.

Lavallén pudo salir del mal momento a tiempo. Aunque su carrera lo había desarrollado por completo como ser humano, para él no era más que tierra baldía.

La gente piensa que estás completo, que por ser futbolista tienes todo, pero llega el momento en que si no controlas las emociones, pierdes el control”.

Lavallén fue un jugador en constante aventura. Triunfó en el Atlas y luego regresó a Argentina con Huracán de Parque Patricios en donde la crisis de aquel país le impidió cobrar seis meses. A su vuelta a México con el San Luis en el 2003 comenzó a experimentar un miedo interno que le fue exacerbando el ánimo.

Llegó el momento en que no deseaba levantarme más”, cuenta desde Argentina, en donde radica. “Cuando consigues logros materiales, hay una parte que no cierra y es la espiritual. Le pasó a Guillermo Franco, a Walter Erviti y a muchos otros que no dijeron nada por temor o vergüenza, porque en el futbol no se habla de esto, sólo cuando ocurre una tragedia.”

Los futbolistas, aparentemente exitosos, inalcanzables y de sempiterna algarabía esconden muchos traumas por lidiar con una vida en la que son constantemente exigidos, valorados y analizados con lupa.

A Matías Almeyda le sucedió lo mismo. Ganador en la última etapa de buenos recuerdos en Chivas, dejó un legado de copas, pero sobre todo, ameritó el cariño de la afición. A Almeyda, actualmente en el San José de la MLS, no le mejora el cutis cuando habla de este tema.

Cuando me retiré en 2005 fue feo. Las personas me decían, ‘¿cómo depresión si tienes todo en la vida?’ ¿todo qué, lo material?, y sí, pero no tenía ganas de levantarme ni de andar a la calle. Mi familia la sufrió conmigo, es un proceso de transformación que duele. Cuando estaba en River Plate me llamaban todos los periodistas, después nadie”.

Lo que vivió Pablo Lavallén lo llevó, sin querer, a coincidir con el camino de la religión evangelista. Jugaba para San Luis, pero era un tiempo en el que reflexionaba si su carrera había sido buena, así comenzó una pugna interna.

“Primero se presentó un desgano, luego fueron tres meses de vivir con ataques de pánico, no quería salir a la calle, tenía miedo de que me mataran, de que entraran a mi casa, tenía que dormir con las puertas cerradas con llave, incluso la de mi habitación y con luces encendidas”.

En la autopsia del recuerdo, Matías Almeyda pone a su prima, que falleció por un cuadro depresivo. Aquí empiezan a surgir nombres de jugadores que han pasado por lo mismo con un trágico desenlace, Santiago Morro García, Julio César Toresani o los juveniles Alexis Ferlini de Colón, y Leandro Latorre, de Aldosivi que se suicidaron al ser recortados de las inferiores creyendo que el sueño de Primera División se les acababa antes de llegar a los 20 años.

“Los dirigentes deben entender que no sólo se trata de comprar a un chico”, recalca con molestia Almeyda, “sino de formarlo para la vida. Hoy los contratan a los siete años, no saben el daño que les hacen, los padres lo aceptan porque quieren que sea el mejor del mundo, el millonario y en lugar de eso los están envenenando”, dijo para TyC Sports recientemente.

Ambos, Lavallén y Almeyda, que por cierto fueron compañeros en River Plate y ganaron la Copa Libertadores en 1996, confiesan que jamás se dieron cuenta cómo pasaron del júbilo y la euforia a la expulsión del paraíso.

Pensé que me estaba volviendo loco, había veces en que hablaba solo”, relata Lavallén, “hasta que un compañero me recomendó a un pastor evangélico. Tuvimos una charla maratónica en mi casa, me hizo entender que llevamos un ser espiritual que no escuchamos. Cuando lo despedí me dijo que pidiera algo y lo acompañé al auto, eran las tres de la mañana. Al regresar al interior, me senté a reflexionar y me di cuenta que llevaba 20 minutos sin encender las luces y sin poner llave, algo que yo no soportaba, cuando reacciono y quiero moverme, en aquella oscuridad sentí una presencia, creo que fue Dios, porque me llenó de paz y no quise que se fuera. Yo había pedido antes de despedir al pastor de mi casa que me sacara de esa angustia y ese día mi vida cambió por completo”.

En el caso de Almeyda el revulsivo vino de parte de una de sus hijas. Estaba hundido en depresión y tristeza consumiendo comida chatarra y alcohol. Cierto día llamaron de la escuela porque su hija estaba con problemas y cuando pidieron que dibujara a su familia vino el golpe de realidad.

“A mi esposa la dibujó como una reina, a sus hermanas como princesas y a mí como un león viejo, es lo que le transmitía. Entonces comencé a cambiar, a hacer ejercicio de nuevo, a tomar agua, a caminar, a salir a la calle y disfrutar. A mi hija le dijeron que yo era triste y no quise seguir con eso, de ahí comencé a salir adelante, pero siempre con su apoyo y el de mis padres, ellos lo sufrieron todo.”

A los pocos años, Matías Almeyda se hizo entrenador de River Plate en Segunda División cuando nadie quería tomar al equipo y lo devolvió a Primera, luego hizo lo mismo con Banfield. Pasó a México a Chivas con los que consiguió cinco títulos: 1 liga, 1 Concacaf, 2 copas y una super copa y ahora vive en Estados Unidos, “en San José, porque quiero que mis hijas sean felices, dominen el idioma inglés y tengan un mundo de oportunidades. El dueño de este equipo me ha tratado muy bien y eso hace que corresponda con una responsabilidad. A mí me pasó la depresión en el 2005 y quiero evitar que a otros chicos les suceda”.

Lavallén siguió el camino evangélico. Dirigió en San Martín y en Tucumán, “en donde fui muy feliz”, comenta. Para la historia quedará su frase en la Copa Sudamericana cuando El Nacional de Ecuador intentó con ardides eliminarlos en el juego de vuelta. Los dejaron en el avión una hora para deshidratarlos, el bus que los llevaba al estadio casi choca al fundir el motor, tuvieron que entrar a la cancha sin calentar y sin la indumentaria completa porque se las habían extraviado, así que al final, como un relámpago sobre un punto de la tierra, dijo: “pasamos porque Dios es justo, hicieron todo para acabarnos, pero Dios es justo”.

ROBERT ENKE: EL ÚLTIMO HOMBRE MUERE PRIMERO

Juan Villoro escribió sobre Robert Enke, portero de la selección alemana que se suicidó en las vías del tren. Sufrió trastornos depresivos en sus pasos por el Barcelona y Fenerbahce por temor al fracaso. Su situación se agravó cuando su hija de dos años murió en 2006. Luego, junto a su mujer adoptó a una niña, pero temía que le quitaran la custodia debido a sus problemas mentales. Éste fue quizá el caso más resonante de un suicidio futbolístico.

“El 10 de noviembre de 2009, Robert Enke portero de la selección alemana, hizo su última salida al campo. Le dijo a su esposa que iba a entrenar, subió a su Mercedes 4×4 y se dirigió a un pequeño poblado cuyo nombre quizá le pareció significativo, Himmelreich, Reino del cielo… tal vez la posibilidad de éxito contribuyó a su tensión nerviosa… Enke era un fundamentalista del futbol, un puritano que no pensaba en nada más y prefería vestirse de negro como los porteros de antes que cada domingo emulaban a los sacerdotes”.

Fragmento de El último hombre muere primero de Juan Villoro