En 1973, ‘Soylent Green’ imaginó cómo sería el mundo en 2022… Y acertó en muchas cosas

‘Año: 2022. Lugar: Nueva York. Población: cuarenta millones. Con este epígrafe comienza Cuando el destino nos alcance. Y en él está contenido el horror.

Soylent Green (así se llama en inglés) está disponible en diversas plataformas de streaming y fue dirigida por Richard Fleischer en 1973. La primera cuestión por resolver es, ahora que hemos llegado a la fecha que auguraba aquel apocalipsis, ¿qué se ha cumplido y qué no en esta revelación fílmica?

Basada en una novela de ciencia ficción de Harry Harrison, Cuando el destino nos alcance intuye ciudades en que la movilidad se ha limitado. La gente camina por las calles con la boca cubierta por mascarillas y la naturaleza está destruida. Pero, además, las corporaciones se han adueñado de los gobiernos del mundo y un frasco de fresas cuesta ciento cincuenta dólares. Hasta aquí lo único que parece fuera del ámbito de lo real es el precio de la fruta, pues hay otro detalle inquietante en esta obra de 1973: el cuerpo humano, en la visión de Harris y Fleischer, ha sido cosificado hasta tal punto que no solo se dispone de él como de un animal de granja, a las mujeres, particularmente, se les compra, vende y renta junto con los departamentos que, por supuesto, son lujos tan onerosos que sólo los políticos corruptos pueden rentar uno. Todos los otros viven en autos abandonados y en las escaleras de edificios por los que Charlton Heston sube y baja pisando a los pobres que se acumulan como si fuesen motas de polvo.

Es cierto que la cosificación del ser humano no ha llegado al nivel de que alguien piense que su carne pueda servir para acabar con la hambruna mundial, pero los movimientos por la reivindicación de los derechos de las mujeres y las luchas por el respeto a las minorías sexuales tienen como base, sobre todo, este punto: evitar la cosificación. “Mi cuerpo”, dicen las activistas, “no le pertenece a nadie”.

Entonces ¿acaso el destino nos alcanzó? La película de Fleischer fue dirigida en el momento histórico en que el movimiento ambientalista comenzaba a ganar apoyo moral. En plenos años de Guerra Fría esta lucha gozó de un amplio poder de convocatoria en todos los estratos de las sociedades occidentales; tanto que resultaba más popular que otras acciones muy fervientes en aquel tiempo. Los movimientos contra la Guerra de Vietnam, por ejemplo, o por los derechos civiles, no gozaban en 1973 de la atención que comenzó a recibir el ambientalismo.

¿Pero el principal problema es, como plantea esta película, el exceso de población? En torno a este punto la discusión sigue siendo amplia y acalorada si bien parece estar demostrado que en dejar de reproducirse no está la clave. En lo que sí parecen haber acertado Fleischer y Harrison es en la inminencia de un desastre ecológico. Según apunta un personaje en Cuando el destino nos alcance, este apocalipsis en torno al cual se desarrolla la trama ha comenzado con un calentamiento global. Y si bien es cierto que en el mundo globalizado los políticos y ambientalistas tampoco se ponen de acuerdo en torno a la solución plausible para este problema concreto, también es cierto que el horror, al menos en este sentido, cada día nos parece más cerca.

Es sólo por eso y no por sus valores estéticos (que a decir verdad son más bien pocos) que vale la pena volver a ver Cuando el destino nos alcance, una obra de horror que adivina que en este 2022 las calles se han llenado de gente que, para circular, necesita cubrirse con mascarillas.