Niños sufren por pandemia, pero de hambre

CIUDAD DE MÉXICO.- En la Montaña de Guerrero la emergencia sanitaria por covid-19 se vive de forma diferente y los niños son los grandes damnificados.

A diferencia de lo que pasa en las ciudades del país, aquí la preocupación no es usar cubrebocas, gel antibacterial o asistir a las clases a distancia, sino conseguir el sustento familiar.

El rezago social que ya de por sí padece la población infantil indígena, se recrudeció por el hambre y la irrupción del nuevo coronavirus. En la Montaña no hay hospitales, médicos o medicinas.

En esta región las familias se dedican a producir maíz de temporal para autoconsumo, pero recurren al cultivo de amapola ante la falta de opciones de ingreso. Además de tener que conseguir madera o agua en la sierra, los niños apoyan a sus padres en labores del campo para obtener goma de opio.

Sin embargo, esta actividad ya tampoco les reditúa a los jornaleros, pues, ante el avance del fentanilo entre los consumidores de Estados Unidos, el precio de la goma de opio se ha desplomado hasta 80% desde 2018.

Ha sido una pesadilla para ellos porque nacen con hambre, desnutridos, con los pies desnudos y no hay posibilidades de que se den el lujo de sentarse a estudiar frente a una laptop o un teléfono celular, porque ni siquiera tienen luz en sus casas”, explicó Abel Barrera Hernández, director del Centro de Derechos Humanos de La Montaña Tlachinollan, en entrevista con Excélsior.

Además de la presencia de grupos paramilitares, otro estrago son las diásporas: buscando escapar del hambre, el año pasado emigraron más de 15 mil mujeres y hombres hacia los campos de estados como Sinaloa, Zacatecas y Guanajuato, han documentado activistas.

LA PANDEMIA DEL HAMBRE

Entre los habitantes de los campos de amapola de La Montaña de Guerrero se habla más de la crónica pandemia del hambre que de covid-19.

Mientras en las ciudades el uso de cubrebocas, la aplicación de gel antibacterial y el recuento de muertos y contagios dan cuenta de la emergencia sanitaria, en los campos de amapola de esta región guerrerense las secuelas de esta enfermedad son diferentes.

Aquí los niños desaparecieron de las matrículas de las escuelas y los poblados comenzaron a vaciarse por el recrudecimiento del hambre entre las familias dedicadas a la actividad agrícola pues se acentuó la crisis en el campo porque no llegan apoyos gubernamentales.

Es difícil que a los niños y a las niñas de La Montaña de Guerrero los miremos a través de una pantalla tomando clases. No los vamos a ver frente a las pantallas de las computadoras, los vamos a ver caminando en lo alto de la montaña cargando leña para que sus madres cocinen o a las niñas cargando cubetas con agua y cuidando a sus hermanitos más pequeños.

Ha sido una pesadilla para ellos, porque nacen con hambre, desnutridos, con los pies desnudos y no hay posibilidades de que se den el lujo de sentarse a estudiar frente a una laptop o un teléfono celular, porque ni siquiera tienen luz en sus casas”, explicó Abel Barrera Hernández, director del Centro de Derechos Humanos de La Montaña Tlachinollan, en entrevista con Excélsior.

De septiembre de 2020 al pasado 6 de febrero, mil 553 niñas, niños y adolescentes, la mayoría de población indígena en edad para asistir a la escuela, no recibió clases virtuales durante la pandemia en esa región de Guerrero, por lo que la opción de escuela para ellos se desplomó.

En las ciudades la preocupación es por el uso de cubrebocas, la aplicación de gel antibacterial y el conteo de muertos. En La Montaña la preocupación es por encontrar alimento. El acecho de criminales ha orillado a los niños a armarse.

Son niños guerrerenses que cortan leña y recolectan agua a varios kilómetros de sus hogares, ya sea caminando o en burro. También son menores que van a apoyar a sus papás a los campos de la amapola para obtener la goma de opio, donde no hay otra cosa que sembrar, porque no existe una diversidad de productos para su sustento.

Es importante precisar que vienen de hogares indígenas que se dedican a la producción de maíz de temporal y que, ante la insuficiencia de alimentos, se han visto obligados a sembrar amapola.

Sin embargo, también se desplomó el precio de la amapola, desde 2018. En ese año, el precio de la goma de opio en México cayó 80 % debido al aumento exponencial del uso del fentanilo por los consumidores de Estados Unidos, de acuerdo con un estudio del Network of Researchers of International Affairs.

Según Noria, quien realiza trabajo de campo en Guerrero y Nayarit, el precio por kg de goma cayó de los 20 mil pesos en 2017, a los seis u ocho mil pesos en 2018. Y así sigue.

Niños y niñas, pues, rayadores, podemos llamarles así, que en lugar de tener la posibilidad de sentarse a estudiar, tienen que estar bajo el rayo del sol, realizando estas actividades agrícolas para poder comer”, explicó Barrera.

La tragedia por la pandemia en La Montaña va mucho más allá del aislamiento y las restricciones sociales de las grandes urbes.

A la población infantil indígena ni siquiera se le observa, el rezago social que ya de por sí padecían se recrudeció por el hambre y la irrupción del nuevo coronavirus desde el año pasado.

Hay regiones del silencio, hay regiones en tinieblas, como en estos 19 municipios marginados que conforman La Montaña de Guerrero.

El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) informó el martes pasado que, por motivos asociados a la pandemia o por falta de recursos económicos, 5.2 millones de estudiantes, entre tres y 29 años no se inscribieron al ciclo escolar 2020-2021 en todo el país.

En los resultados de esta encuesta menciona que, adicional a estos estudiantes afectados por covid o falta de recursos que no concluyeron el ciclo escolar, 3.6 millones no se inscribieron porque “tenían que trabajar”.

La niñez indígena, de acuerdo con los pobladores de esta región, es un punto rojo en el país, que requiere atención emergente, así como funciona el semáforo rojo para alertar sobre el alto contagio de coronavirus. Son menores que viven en comunidades desoladas y devastadas, comenzando por no contar con maíz para siquiera tener una dieta básica.

Otros de los estragos en esta zona fueron las diásporas de las familias que convirtieron a los poblados en sitios vacíos.

De enero a diciembre del año pasado, el éxodo de las familias jornaleras se elevó a 15 mil 423, de los cuales 7 mil 669 son mujeres y 7 mil 754 son hombres, quienes tuvieron que dejar sus comunidades. Emigraron hacia estados del norte y noroeste con la esperanza de escapar del hambre.

El Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan (CDHM) y el Consejo de Jornaleros Agrícolas han documentado que hay una migración alta hacia los campos de Sinaloa, Zacatecas y Guanajuato.

El primer año de pandemia fue el del silencio en La Montaña, el año del luto y del pesar y de familias huyendo para conseguir comida, porque de la otra pandemia que se habla en estas tierras, a diferencia de las zonas urbanas, tan cruel y crónica como la de covid-19, es la del hambre.

Es importante para los pobladores de estas zonas marginadas de Guerrero que se reconozca que en México hay regiones donde la situación de la pandemia se ha padecido de diferente manera. Ahí, por ejemplo, se enfrentan a la ausencia de todo, no sólo de alimentos sino también de hospitales, médicos y medicinas.

En La Montaña solamente hay un hospital de segundo nivel para atender a toda la región (que rebasa los 400 mil habitantes) ubicado en Tlapa de Comonfort, donde sólo hay 30 camas de hospitalización general y 11 camas destinadas para pacientes covid.

Tampoco hay un control sobre estadísticas de casos de covid-19, porque el hospital de Tlapa, que atiende a la región conformada por 19 municipios de los 81 de Guerrero, está a casi tres horas de la localidad de Cochoapa el Grande, donde los caminos son agrestes y no están conectados.

Hablar de muerte y de pandemia en estas comunidades, que de por sí han sido históricamente marginadas, nos lleva a hablar de las grandes deudas del estado con el campo y, sobre todo, con los cultivadores de amapola, pues no existe un piso parejo para todos los mexicanos”, explicó Vania Pigeonutt, becaria del Programa Noria México y América Central.

Hay comunidades, como éstas, que se dedican a la siembra de la amapola, ubicadas en La Montaña de Guerrero, donde les asusta mucho más la situación de pobreza que de la pandemia por covid-19. Donde están aterrados por el acecho de algunos grupos de civiles armados y a condiciones de paramilitarismo, que han vulnerado a las niñas y niños de la región, (como se documentó hace meses, con fotografías a menores de la región en posesión de armas largas) y que para ellos es mucho más riesgosa el hambre y la violencia, que pensar en si alguien que se les acerque usa cubrebocas o si se desinfectó con gel antibacterial… O si van a morir por covid. Esas preocupaciones, que se viven en la ciudad, ni siquiera están presentes entre sus conversaciones”, aseguró Pigeonutt.