GUACA, Venezuela.– El momento más extraordinario en la vida del joven pescador comenzó de la manera más mundana: con una visita matutina a la letrina.
Mientras caminaba de vuelta a su choza con techo de zinc en la costa caribeña de Venezuela, el pescador, Yolman Lares, vio algo que brillaba en la orilla. Rastrillando su mano por la arena, sacó un medallón de oro con una imagen de la Virgen María.
En el pueblo de Guaca, que una vez fue el centro de la industria de procesamiento de pescado de Venezuela, pero ahora se encuentra reducido a la penuria por la falta de gasolina y el cierre de la mayoría de sus plantas de procesamiento, el valioso hallazgo parecía un milagro
“Me puse a temblar, lloré de alegría”, dijo Lares, de 25 años. “Fue la primera vez que me pasó algo bonito”.
En casa, Lares le contó a su suegro, también pescador. La noticia del descubrimiento se difundió rápidamente, y pronto la mayoría de los 2000 residentes del pueblo se unieron a una frenética búsqueda del tesoro, peinaron cada centímetro de la costa, cavaron alrededor de los barcos pesqueros desvencijados, incluso durmieron en la playa para proteger sus pocos metros cuadrados de arena y la fortuna incalculable que la parcela podía contener.
Desde finales de septiembre, su búsqueda ha dado como resultado cientos de piezas de joyas de oro y plata, adornos y pepitas de oro que aparecieron en su costa, ofreciendo a los aldeanos un desconcertante y maravilloso —aunque efímero— respiro del aparentemente interminable colapso económico de Venezuela.
Decenas de pobladores dijeron haber encontrado al menos un objeto precioso, por lo general un anillo de oro, y hay reportes sin confirmar de que algunos han vendido sus hallazgos por hasta 1500 dólares.
Para muchos aquí, el inesperado botín fue un mensaje de esperanza.
“Esto es Dios, poniendo su agenda”, dijo Ciro Quijada, trabajador de una planta pesquera local que encontró una sortija de oro.
Nadie sabe de dónde vino el oro y cómo terminó esparcido a lo largo de unos pocos cientos de metros de la estrecha y ordinaria playa de Guaca. El misterio se ha fusionado con el folclore, y las explicaciones se basan tanto en las leyendas de los piratas caribeños como en las tradiciones cristianas y en la desconfianza generalizada hacia el gobierno autoritario de Venezuela.
La escarpada costa alrededor de Guaca, en la península de Paria de Venezuela, está salpicada de bahías e islas que durante mucho tiempo han dado refugio a los aventureros.
Fue en esta península, en 1498, que Cristóbal Colón puso por primera vez el pie en el continente sudamericano y pensó que había encontrado las puertas del Edén.
Más tarde esta costa poco defendida fue regularmente asaltada por bucaneros holandeses y franceses. Hoy en día, es un refugio para los contrabandistas de drogas y combustible y los piratas contemporáneos, que se aprovechan de los pescadores.
¿Una tormenta remeció el cofre del tesoro de un pirata o quebró una fragata colonial hundida? ¿Vino la riqueza de los contrabandistas modernos que se dirigían a la cercana Trinidad? Durante semanas, Guaca se inundó de especulaciones.
Los opositores del gobierno dijeron que los funcionarios de la zona podrían haber esparcido el oro en la playa para calmar las protestas de los residentes locales contra las terribles condiciones de vida. A otros les preocupaba que el gobierno enviase soldados para confiscar su tesoro.
Algunos pobladores llamaban al oro una bendición, otros una maldición que condenaría a cualquiera que lo tocase.
Una vez que la primera foto del descubrimiento se publicó en Facebook, la noticia se propagó por Venezuela. Pero la ubicación remota de la zona, la escasez generalizada de combustible y las cuarentenas a causa del coronavirus impidieron una fiebre del oro nacional.
Una prueba química encargada por The New York Times sobre un eslabón de una cadena de oro descubierta en la playa de Guaca indicó que la pieza se fabricó probablemente en Europa en las últimas décadas.
La prueba mostró que la cadena estaba hecha de oro de 18 quilates de alta calidad, poco común en la producción nacional de joyería de Venezuela. La aleación habría sido difícil de producir en condiciones pre-modernas, dijo Guy Demortier, un especialista en autenticación de joyas con sede en Bélgica.
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Chris Corti, experto técnico en fabricación de joyas con sede en Gran Bretaña, examinó las fotografías de varios objetos descubiertos en Guaca y dijo que parecían haber sido fabricados comercialmente a mediados del siglo XX.
Pero advirtió que se necesitaban más análisis para determinar con certeza la fecha y el origen de las piezas.
Puede que nunca se conozca la fuente del tesoro de Guaca. Los pobladores casi inmediatamente vendieron los objetos que descubrieron para comprar comida.
“Todo lo que agarramos, va a la boca”, dijo Hernán Frontado, pescador y el suegro de Lares, que tuvo que mendigar a los vecinos por yuca, el alimento básico local más barato, para alimentar a su familia antes de encontrar él mismo varias piezas de joyas de oro.
Quintana vendió sus hallazgos en la ciudad más cercana por menos de lo que creía que valían, dijo, para comprar arroz, harina y pasta.
Antes de que comenzara la crisis económica de Venezuela en 2014, Guaca y los pueblos de alrededor abastecían a Latinoamérica con sardinas y atún enlatado. Hoy en día, solo ocho de las 30 plantas de sardinas rudimentarias de la zona aún funcionan; las fábricas de conservas de atún cercanas, dirigidas por el gobierno, han quebrado.
La paralizante escasez de combustible de este año ha convertido la recesión en una lucha diaria por la supervivencia para muchos pobladores.
Para conseguir algo de gasolina para sus barcos, los pescadores tienen que vender la mitad de sus capturas de sardinas al gobierno a un precio fijo equivalente a solo 1,5 centavos de dólar por 450 gramos.
“El gobierno no nos toma en cuenta para nada”, dijo José Campos, un pescador de sardinas. “Les damos pescado, y no hay nada a cambio”.
“Nos llaman locos, pero estamos seguros de que los barcos perdidos de Hernán Cortés terminarán apareciendo”
El combustible se hizo tan escaso este año que muchos pescadores tuvieron que remar hasta el mar abierto, o permanecer en sus pequeñas embarcaciones expuestas durante días para conservar la gasolina, desafiando las tormentas, la sed y los piratas.
“La cosa se puso tan fea que sentí como una cuerda acortándose en mi cuello”, dijo Lares, el primero en descubrir el oro.
Con los objetos encontrados obtuvo, por mucho, la mayor suma de dinero que jamás haya conseguido de una sola vez: 125 dólares.
Lares usó el dinero para comprar alimentos básicos al granel. También compró algunos panes dulces para sus hijos, el primer gusto que se habían dado en años. Arregló un televisor roto y compró un parlante usado, dando a su familia algo de entretenimiento en su casa de suelo de tierra, donde seis personas comparten una cama bajo un techo con goteras.
El tesoro ha permitido a su familia volver a comer dos veces al día. Su hija menor, Thairy Lares, de 2 años, ha ganado peso en el último mes, aunque todavía está desnutrida.
La televisión está ahora encendida a todas horas, su imagen borrosa muestra una nación feliz y próspera. El canal estatal de Venezuela es el único disponible en Guaca.
La situación del pueblo está un poco mejor desde la aparición del oro. Las sardinas han vuelto a las costas de Guaca después de cuatro meses de ausencia, y el suministro de gasolina ha mejorado ligeramente.
Cada mañana, el pueblo estalla en una actividad frenética cuando los barcos sardineros llegan con su captura, atrayendo a cientos de hombres y mujeres a la franja costera.
En pequeños grupos, se ponen a descargar, limpiar, destripar y empaquetar la captura en un silencio perfectamente coordinado.
El golpeteo de los cuchillos de trinchar y los gritos de las gaviotas son los únicos sonidos que acompañan su metódica labor. Los residentes más vulnerables del pueblo pasan a buscar sus raciones diarias gratuitas.
Lares ha vuelto a su rutina, pero aún conserva un par de simples pendientes de oro decorados con una estrella. A pesar de la apremiante necesidad, no quiere desprenderse de ellos, dijo, porque le recuerdan a los antiguos navegantes que cruzaron el Caribe guiados por las estrellas.
“Es la única cosa bonita que tengo”, dijo.
El tesoro no cambió la vida de Lares, pero le recordó que las cosas buenas pueden suceder, incluso en medio de las dificultades.
Meses después del primer descubrimiento, los habitantes de Guaca todavía encuentran ocasionalmente pequeños objetos dorados en la arena. Al atardecer, cuando la playa está tranquila, se puede ver a algunos residentes sentados junto a las olas, pasando sus manos por la arena ante la luz que se desvanece.
“Si pasó una vez”, dijo Lares, “va a pasar de nuevo”.
The New York Times