Manuel fue al hospital a un chequeo… Y se quedó

CIUDAD DE MÉXICO.- Su oxigenación estaba bajando peligrosamente aun cuando no tenía dolor ni dificultad para respirar durante los días críticos que pasó en el Instituto Nacional de Nutrición, internado por covid-19.

Empezó con los síntomas el 30 de agosto con un cuadro estomacal y temperatura. La prueba de covid-19 salió positiva y decidió participar en un protocolo de ensayo clínico para probar un nuevo medicamento, pero su oxigenación empezó a caer por lo que le pidieron que asistiera a una revisión en el hospital.

Manuel tiene 48 años y vive con diabetes tipo II desde hace varios años, así que el 7 de septiembre ingresó a Nutrición con la idea de solo hacerse una revisión, pero ya no salió.

Unos días después, con la oxigenación todavía más baja de cuando llegó, la decisión colegiada de los médicos fue intubarlo.

“No doctor, no me diga eso”, respondió Manuel Oro al médico que le dio la noticia, sabiendo que el 70% de las personas intubadas no sobreviven al coronavirus y con la angustia de no poder despedirse de su familia.

“Cómo le hablo a mi esposa para decirle: me van a dormir y nos vemos cuando despierte, y ¡si despierto!, o qué les digo a mis hijos que cuando salí de mi casa para ir al hospital, pues no fue una despedida, fue un ahorita vengo, me van a valorar y vemos que hacemos”, recuerda que le dijo al médico.

Su reacción, relata, fue de incredulidad porque nunca se sintió tan mal como en la ocasión en la que le dio neumonía, y ahí sí, tuvo dificultad para respirar.

“No me sentí con falta de oxígeno. A lo mejor tenía cara de difunto, pero yo no me sentía morir, entonces termine diciendo a la doctora que, si la consideraba la mejor opción, lo que usted me diga yo lo hago”.

Antes de este anuncio, el propio Manuel había pedido a su hermana realizar una videollamada con un sacerdote para recibir la unción de los enfermos, sacramento que los católicos reciben cuando están en peligro de muerte, o en una enfermedad grave.

Luego en el cambio de turno, una enfermera le preguntó qué le habían dicho los médicos. Le contó que estaban por decidir si lo intubaban y entonces ella le pidió permiso para rezar juntos.

“Me tomó con una dulzura y con una cercanía bella, se puso a rezar y me dio mucha paz. Me dijo no te preocupes, duerme, todo se va a componer, saldremos de esto”, relata Manuel mientras sus ojos se humedecen y cuenta que “se fue diluyendo la necesidad de hacerme el procedimiento.

“Luego pregunté por ella para darle las gracias y nadie me supo decir quién era…Por ahí alguien me cuestionó si no lo habría alucinado, ¡pero no!”.

Manuel tenía una oxigenación de 84 y luego de varios factores, incluida la visita de la enfermera, subió a 89, por lo que los médicos decidieron no intubarlo.

“Me sentí muy cobijado y muy cuidado en el hospital. Me topé con muchos ángeles adentro, gente comprometida con su servicio y con la mejor de las actitudes”, platica Manuel a quien esta reportera le preguntó que si vio de cerca a la muerte.

“Por supuesto. Verla y sentirla, mi situación no estaba tan a la ligera” contestó al referir que su padre fue anestesiólogo y por lo tanto sabía perfectamente cuál era el procedimiento de intubación en un caso como el que le hubiera tocado vivir.

Excélsior preguntó a Manuel qué le diría a la muerte, después de verla tan cerca.

“Evidentemente que llegue cuando tenga que ser, ni antes ni después. Que me permita estar cumpliendo en muchas cosas, que me dé chance de ver a mis hijos crecer, de terminarlos de formar un poquito”, contesta el hombre de 48 años que trae “arriba” el azúcar, como consecuencia de los medicamentos y que dice a la gente que está bajando la guardia que “hay que cuidarse por supuesto, la sana distancia, hay tantas noticias de fiestas de gente que no tiene la conciencia porque se sienten jóvenes, se sienten fuertes, de otro estrato social, porque piensan que no es para ellos, eso es muy lamentable, cuando te das cuenta ya diseminaste el bicho a muchas personas.”

Una historia de horror para David Vargas

Le diría a la muerte que viniera por él en muchos años, pero que no lo haga sufrir.

Una verdadera historia de horror fue lo que vivió David Vargas, joven de 23 años, estudiante de la licenciatura en Geografía en la UNAM, durante su experiencia con el covid-19.

Tan dolorosa fue que pedía a la muerte que ya se lo llevara, sintiendo consuelo cuando lo intubaron, aun cuando sabía que había posibilidades de que no despertara.

“Con 75 de oxigenación siento que me estoy muriendo”, dijo al platicar que después de algunos días en terapia intermedia de pronto pasó a terapia intensiva porque no podía respirar.

“Cuando sientes que te vas por falta de oxígeno es lo peor, veía mi vida pasar, quería gritar, quería correr, quería brincar, pero no podía. Lo único que pasaba por mi cabeza era arrepentirme”, comenta Vargas.

Lo último que vio fue “una luz y sentí como que me desprendía y como que volaba”, previo a que lo intubaran.

“Yo lo que quería era que me durmieran porque tenía mucho dolor, y sobre todo no podía respirar, vi una enfermera, eso ya no me acuerdo hasta que ella me contó, le pedí su mano porque me estaba yendo y me duermen, me intubaron, ya no había dolor, yo ya no quería regresar”.

El descanso llegó. David asegura que se sentía “muy bien” estar “dormido”.

Refiere que tuvo “recuerdos, pero muy esporádicos”, durante los cinco días que estuvo intubado.

“Para mí duraban mucho, pero calculo que eran minutos, para mi eran eternos, y veía y hablaba con gente y recordaba, pero de repente se esfumaban…luego mi mente quedaba, no en blanco, pero no pasaba nada, hasta que venía otro recuerdo”, comentó a Excélsior.

El 24 de septiembre pasado, David empezó con pérdida de olfato y de gusto, luego de que su mamá tenía varios días también con los síntomas. Decidieron ir a hospitalizarse a las instalaciones del Citibanamex para no contagiar a su abuelita de 81 años.

Llegaron al hospital el 28 de septiembre. Todo estaba bien, parecía que era una fuerte gripa, hasta que la oxigenación de David bajó y lo trasladaron a terapia intermedia.

Poco duró ahí, con 75 de oxigenación lo trasladaron a terapia intensiva el 4 de octubre, en donde estuvo intubado hasta el 9 del mismo mes, convirtiéndose en el “milagro” llamado así por los médicos y enfermeras porque su diagnóstico era “fatal, terminal”.

Pero despertó, y con sus 23 años, asegura que no estaba lo suficientemente maduro para vivir lo que vivió.

Narra lo que vio al despertar de la intubación: “todo es blanco con luz morada, no puedes ver nada, y la muerte está muy cerca en ese lugar. Literal, no sé qué persona haya sido, en paz descanse, pero de mi lado, es una barrera blanca, a mi lado falleció una señora cuando yo estaba despertando. El lugar es terrible, el ambiente es terrible, hubo una señora que emitió de su voz, un grito tan terrible porque le habían dado la noticia de que su esposo que estaba al lado de ella, había fallecido, y se escuchó, tan terrible el grito, no sé cómo le salió la voz a la mujer, pero la piel se me erizó”.

El personal médico del lugar no daba crédito al caso de David, porque siendo un joven de 23 años, sin vicios, deportista, sin asma, negativo a VIH y hepatitis, había desarrollado una infección que casi se lo lleva a la tumba.

Recuerda que la incomodidad y el dolor, luego de la intubación, era tan intenso, que “ya no quería luchar, decía yo, ya viví, pero vi frente a mí, dos camas, a la derecha un señor de 70 años y estaba luchando, dije David como puede ser que el señor está luchando y tú ya no quieras, recordé a mi abue, a mi mamá y empecé a luchar y ya no paré.”

En lo que considera la peor experiencia de su vida, conoció a dos ángeles: Álvaro, de 28 años, enfermero que “me cuidó como no tiene una idea y me prestó su celular”, para comunicarse con su “abue”, su mamá, su madrina y su novia.

El otro ángel: Fanny, quien le levantó el ánimo cuando le hicieron varias pruebas para determinar su recuperación pulmonar y no las pasó.

“Llegó Fanny y me llevó a caminar, le contaba mi vida me contaba la suya, me alegró como no tiene una idea y vio por mí como no tiene una idea, tengo buena memoria, y me aprendí por respeto a ellos el nombre de cada persona que me atendió.”

El 18 de octubre llegó a su casa.

Fue recibido por las vías del tren, el cielo, las casas, su compañero de cuatro patas y un agradecimiento grande por haber salido con vida.

—¿Si pudieras decirle algo a la muerte, qué le dirías?

­—Si le pudiera decir algo es quizá, ven por mí en muchos años, pero no me hagas sufrir, no me hagas sufrir porque dormido y desentubado, podía morir por muerte cerebral, pero se sentía muy bien, se sentía padre, se sentía sin culpa, sin pena, entonces yo le diría, si vas a venir por mí, que sea mucho tiempo después, pero no me hagas sufrir”.