¿Por qué no hemos domesticado las cebras?

Una de las especies más representativas de la sabana africana es sin duda la cebra. Este equino rayado, que convive grupalmente con sus congéneres (y a menudo también con los ñus) sin reconocer jerarquías ni establecer lazos familiares (más allá de la hembra y su cría) es sin duda un ejemplo de bravura, furia indómita y terquedad. Cualidades que la ayudan a sobrevivir a la constante presión predatoria a la que la someten leones, guepardos, hienas, licaones, cocodrilos y demás carnívoros.

Sin embargo, el hombre (principalmente el colono europeo) ha tenido que aprender a las bravas que estos equinos no tienen demasiado que ver con sus primos los burros y los caballos, especies a las que se podría decir que les hemos tomado el tranquillo. Durante los siglos XVIII y XIX, hubo algunos intentos por intentar aprovechar la “fuerza” de trabajo de estos ponys rayados, domando a algunos ejemplares contados. Pese a que existen ciertas fotos históricas que podrían sugerir erróneamente que se consiguió a gran escala, lo cierto es que – como digo – se trató de casos aislados y muy poco numerosos.

Y es que la cebra, al contrario que los citados burros y caballos, con quien por cierto está tan estrechamente relacionada que puede llegar a hibridarse, se ha resistido históricamente al sometimiento humano. ¿La razón? Lo mejor sería preguntárselo al mismísimo Darwin, ya que sin su idea de la selección natural no habría forma de dar explicación al indomable carácter de la cebra.

Las tres especies de equino se separaron a partir de un ancestro común que vivió hace alrededor de 4 a 4,7 millones de años, y desde entonces cada especie se adaptó a su ambiente particular. Los caballos, que se extinguieron en América (su lugar de origen) hace 11.000 años, prosperaron en Europa, donde se les cazaba por su carne. La expansión de los humanos llevó a que estos se convirtieran prácticamente en su único depredador. Luego, la llegada de la agricultura hace unos 12.000 años hizo que les mirásemos con otros ojos, otorgándoles un nuevo papel como bestia de carga y transporte, por lo que comenzamos a domesticarlos. La inteligencia y personalidad generalmente “apacible” (al menos en comparación con la cebra) de caballos y burros, hicieron que la tarea “educativa” alcanzara su meta.

Las cebras en cambio han prosperado en la sabana africana, y como he comentado antes el abanico de especies que se la quieren “merendar” es de lo más variado. Así pues a pesar de su pequeño tamaño, si quiere sobrevivir necesita algo más que tener reflejos de acero y estar en permanente estado de alerta. Llegado el caso la cebra tiene que responder al ataque de forma violenta, usando sus armas, que principalmente son unas patas robustas cuyos cascos pueden llegar a acabar con quien se cruce en medio de una coz, por no hablar de su salvaje instinto mordedor. (Muy recomendable e ilustrativo este vídeo de batallas épicas de cebras contra leones).

Seguro que pensáis que si no se ha logrado domarlas es porque no se han cruzado con los mejores vaqueros, gauchos o cowboys del planeta. Olvidaos, ya lo han intentado, y resulta que las cebras tienen unos reflejos tan alucinantes que resulta complicadísimo capturarlas con un lazo.

El zoólogo Lord Walter Rothschilld a las bridas de un carro tirado por cuatro cebras en Backingham Palace en plena era victoriana. (Imagen de dominio publico).
El zóologo Lord Walter Rothschilld a las bridas de un carro tirado por cuatro cebras en Backingham Palace en plena era victoriana. (Imagen de dominio publico).
Cualquier humano que haya trabajado con estas bestias, voluntaria o involuntariamente, termina más pronto que tarde “apreciando” todas estas cualidades tan poco atractivas. Durante la época colonial por ejemplo, los alemanes intentaron domesticarlas en sus dominios del este de África, debido a la escasez de caballos. Llegaron a implementar un programa para cruzarlas con caballos y crear híbridos resistentes a las enfermedades tropicales. No hubo manera, las cebras resultaron demasiado obstinadas como para claudicar al orden germánico.

Por cierto. ¿Sabéis cuál es el animal que más mordiscos “regala” a los cuidadores en los zoológicos? Efectivamente, la respuesta es la cebra, animal que por cierto tiene la mala costumbre de no soltar a su presa humana. Así pues, cuando pienses en espíritus libres e indomables, no recurras a la literatura o la historia humana. Piensa en las cebras, ellas son las auténticas campeonas en terquedad y carácter.