En situación de calle, hasta tres generaciones

Mayra vivió casi tres lustros en las calles. En el espacio público crecieron sus dos hijas. Ahora, una de ellas, Karla, menor de edad, dará a luz el próximo febrero y es probable que el bebé también se convierta en población callejera.

En su adolescencia, Mayra, hoy de 36 años, huyó de casa porque su mamá la violentaba física y psicológicamente. Por primera vez, sobrevivió en calles de la Ciudad de México y consumió drogas inhalantes. A veces, por temporadas, familias de amigas la albergaban.
Su primer hijo quedó al cuidado de su mamá. Cuando se embarazó por segunda vez, se mudó a casa de sus suegros. Su pareja fue encarcelada y ella volvió a la calle porque los familiares de él la maltrataban. Encontró lugar cerca del Metro La Raza, en un pequeño baldío que llamaban “Las casitas”.

Una persona la alojó hasta que Karla nació en el Hospital General Dr. Gregorio Salas. Mayra retornó a la calle y comenzó a trabajar en los vagones del Metro. Compañeros le enseñaron el oficio de faquir: chocar el cuerpo contra vidrios a cambio de unas monedas.

Karla creció entre las casitas y hoteles en los que Mayra se refugiaba cuando, afuera, el frío era intenso.“Solo éramos ella y yo. Tenía que comprar alimentos, pañales, leche”, recuerda. Karla, hoy de 14 años, se enfrentará pronto a la misma situación que su mamá.

Es un fenómeno que la organización El Caracol, que contribuye a la inclusión social de las poblaciones callejeras, detecta cada vez más porque su frecuencia aumenta: generaciones de una misma familia que persisten en las calles.

No existen cifras oficiales. Algunos investigadores plantean la existencia de hasta una cuarta generación, “pero lo que nosotros hemos visto, con el trabajo cotidiano, son abuelas, hijas o hijos, y nietos o nietas en la calle. Es decir, una tercera generación”, explica Luis Enrique Hernández, director de El Caracol.

La primera generación está formada por personas que no han vivido afuera de manera permanente. Por eso han sobrevivido, señala, pues la esperanza de vida en las calles es de entre 30 y 40 años.

Existe la falsa creencia, agrega Hernández, de que la población callejera todo el tiempo habita el espacio público. No es así. Algunas personas también se alojan en hoteles, rentan viviendas o regresan con sus familias.

Las que logran vivir más tiempo en la calle, es decir, que no mueren jóvenes, es porque tienen acceso a esos espacios de protección. “Y es cuando pueden convertirse en papás o mamás. Personas que en los 90 estuvieron en la calle y después lograron salir, y ahora, más grandes, regresaron. Hemos estado recibiendo visitas de gente de arriba de 40 años en esta situación”.

“La absorbió el medio”

“¿Por qué hay generaciones? Por varias razones”, advierte Hernández. La principal, argumenta, es que la población callejera existe como resultado de un problema estructural: pobreza e inexistencia de políticas de apoyo para familias en desventaja cultural, social y económica.

“No están en la calle porque les guste. Que una persona viva tanto tiempo ahí, de tal suerte que tenga hijos o hijas en ese entorno, y que ellos tengan descendencia, es decir, tres generaciones en la vía pública, es porque falla todo el sistema de protección de derechos humanos del Estado”, determina.

Karla crecía y Mayra intentó rentar un lugar permanente. No lo logró. Se refugiaba en casas hogares mientras trabajaba como conserje o en la venta de dulces.

Con ayuda de los albergues, Karla se esforzó para concluir en dos años la primaria en la escuela pública. Pero el personal de la última casa hogar donde vivió, la reintegró con su mamá tras un conflicto en el que, asegura Mayra, su hija no tenía responsabilidad. Ese episodio, que se registró antes de la pandemia, fulminó a la niña de entonces 11 años.

No quería que su hija volviera a la calle, pero la cuarentena que se extendió por meses evitó alguna acción.

En esos años, Mayra parió a su segunda hija. A su pareja, con quien mantiene una relación estable, la conoció en la calle. Él, un faquir y limpiaparabrisas, se hacía cargo de la niña, cuyos primeros años los pasó en el espacio público. Dormían en la calle Artículo 123.