A un siglo de exódo de los cristianos de Irak a México

Entre las postrimerías del siglo XIX y los primeros 30 años del siglo XX, cerca de 200 iraquíes cristianos de rito caldeo migraron desde Telqef y Mosul, en Irak, hacia México, huyendo de las guerras, el extremismo y la pobreza.

Comprendieron que México era el país que acogía a los migrantes de Oriente Medio y les permitía formar familias con los habitantes de esta nación.

En entrevista con Excélsior, el médico radiólogo y escritor Ulises Casab Rueda, autor del libro Los Cristianos de Iraq en México, describe cómo fue esta migración, y cómo se asentaron principalmente en el Istmo de Tehuantepec, en Oaxaca.

“Jajju Hajji es el primer iraquí en esta época que llega a Ixtepec, Oaxaca, entonces este hombre manda una carta y se regresa a Irak y encandila a muchos, la mayoría jóvenes y vienen en 1914 a México”, relató.

“Entre los jóvenes iraquíes que llegan a México estaba mi padre, Tobías Casab Odish; él tenía 14 años. Mi padre trabaja, se casa con mi madre, Julia Rueda, mujer zapoteca de ojos verdes y de herencia española, y tienen a sus hijos”, recordó.

En su primer viaje a México, Tobías Casab hace fortuna y se regresa a Irak por un periodo de tres años y once meses, y en ese país árabe, es donde nació Ulises Casab.

Irak obtuvo la independencia en 1930, pero, en 1936, previo a la Segunda Guerra Mundial y con el surgimiento de guerrillas, el señor Casab Odish decide regresar por segunda ocasión a México junto con su esposa, y sus primeros hijos, entre ellos Ulises, quien tenía apenas un año dos meses de edad.

Ulises Casab relató que cuando era un bebé, radicando su padre cerca de Bagdad, decidió viajar nuevamente a México, viaje que no tendría retorno.

“En Irak, mi padre era dueño del único molino que había para trigo en su pueblo, un pueblo pobre, junta a todos sus hijos y a mi mamá y se regresa a México, otra vez al mismo lugar donde había hecho su fortuna, Ixtepec”, relató el historiador a este diario.

“De mis hermanos, los primeros nacieron en México, otro nació en Irak, y murió, y luego nací yo, y los otros cuatro, de regreso otra vez en México”, detalló Casab, expresidente de la Academia Nacional de Historia y Geografía.

En México, apellidos como Casab, Manzur, Kuri, Salim, Hakim, Murat, Davish, Odish, Habib, Abud y Hedo, entre otros, provienen de esos migrantes cristianos iraquíes, quienes decidieron convertirse en mexicanos.

“Llevo mi admiración sin límites hacia los primeros emigrantes caldeos y asirios iraquíes, que nos dieron vida, patria y un mejor porvenir, al mezclarse e integrarse completa y profundamente en la vida diaria (de México). Este bendito país se convirtió en nuestro hogar.

“La otra entrañable mitad, igual en todo, vive dentro de nosotros, para forjar un grupo de mexicanos descendientes de iraquíes, que se sumó con todas las fuerzas de su alma y su corazón, al gran mosaico multiétnico, cultural y religioso que conforma nuestro amado México”, escribió Ulises Casab en su libro.

EL CAMINO DE IRAK A MÉXICO

De acuerdo con los relatos bíblicos, y la tradición semita y caldea, el profeta Abraham, es originario de Ur, en Caldea, región de Mesopotamia en el actual Irak. La evangelización de esta zona inició en el siglo I de nuestra era.

Una de las comunidades cristianas más importantes, hoy conocida bajo el nombre de Iglesia caldea, fue fundada por santo Tomás, alrededor del año 90, constituyendo posteriormente una comunidad religiosa, reconocida por la Iglesia católica en la actualidad como parte de las iglesias de Oriente.

Las guerras, el fundamentalismo musulmán y las crisis económicas han conducido a cientos de miles de iraquíes cristianos a abandonar su país en los últimos cien años, y un grupo de ellos, procedentes de Telqef y Mosul, eligió a México para iniciar una nueva vida.

“Mi padre, Tobías Casab, salió de Telqef poco después de cumplir 12 años y algunos meses, era 1909 y se dirigió primero a Mosul, una ciudad con una fuerte e influyente población kurda, coexistente con otras comunidades y creencias.

“De Mosul se fueron a Bagdad, con otros migrantes, yendo en caravana por la ruta fluvial y atravesando después el gran desierto sirio, hasta entrar a la hermosísima y arabesca Damasco, que está en el cruce de todos los caminos del mundo”, relató Ulises Casab.

Posteriormente, esos migrantes llegarían al Líbano para viajar en barco hasta Marsella, en Francia, y de ahí nuevamente en barco cruzarían el Estrecho de Gibraltar, navegarían por el Atlántico, para llegar, finalmente, unos a Nueva York y otros a Veracruz.

El escritor Ulises Casab, quien hoy cuenta con 88 años de edad, grabó los relatos de su padre, Tobías, en 1964 con una grabadora japonesa Matsuchita Panasonic y fue él quien le dio pormenores de su viaje a México junto con su familia.

“Muchos laboraron como cargadores o mozos, para completar el costo del viaje hacia América o para pagar el desembarco a tierra. El tramo marítimo a Nueva York era paso obligado de casi todos los emigrantes, porque no había trasatlánticos que llegaran directos a Veracruz”, cuenta Casab, de acuerdo con los relatos de su padre.

JUCHITÁN, LA TIERRA PROMETIDA

En 1932 había en el distrito de Juchitán, Oaxaca, unas 25 familias caldeas católicas, la mayoría originarias de Telqef, y otro grupo, de los primeros que llegaron de Irak, había partido hacia Detroit, Estados Unidos.

Dedicados en su mayoría al comercio, los iraquíes-mexicanos en Ixtepec, en la región de Juchitán, no sólo aprendieron el español, sino también el zapoteco, lengua de amplio uso en la región.

“Zaca’ gule ne riniisi sicari, esta frase en zapoteco istmeño significa: así nací y así he crecido y se refiere a Ixtepec”, dice Ulises Casab, al recordar que su padre, Tobías, aprendió desde joven distintas frases en las lenguas originaria de la región para comerciar con los lugareños.

Casab Rueda relata en su libro Los Cristianos de Iraq en México, cómo fue dándose la integración entre los hijos de los migrantes del Oriente Medio a la población local, y cómo el régimen postrevolucionario y el pensamiento liberal contribuyeron a ello.

“La convivencia en las escuelas públicas elementales, cuyos instructores propagaban a los educandos las ideas liberales con el fin de valerse por sí mismos, les avivó el entendimiento.

“Y ése fue el factor más importante para que los hijos de los caldeos y asirios saliesen de la cobija paterna, buscando una cierta independencia,” relató.

“La integración socio-étnica escolar fructificó cuando se formaron grupos de travesuras, de trabajo, de juego y de estudio con los oriundos, y ya más crecidos en talla y en años, nos vimos fundando modestos clubes o pseudocofradías semiocultas para merendar, cantar y bailar”, apuntó.

Actualmente, la población de origen iraquí en México se ha diluido en el mestizaje que inició hace cien años, pero algunos de sus descendientes, como Ulises Casab Rueda, cuentan las historias que, con orgullo, les hacen tener presente su origen.

“Tal vez existan más de mil seres con sangre iraquí en México, pero estos pocos descendientes hemos tratado de contribuir en nuestro ámbito en el desarrollo nacional. Hemos participado como lo que somos: mexicanos en diversos foros internacionales, representando a nuestro país.

“Últimamente, nos hemos constituido en una Asociación Cultural México-Iraquí, con la finalidad de preservar el maravilloso y bello legado de nuestros padres caldeos y, en lo posible, amalgamarlo a nuestra rica y hermosa herencia mexicana”, apuntó el historiador Casab Rueda.