El síndrome de Estocolmo, la extraña fascinación que nació hace medio siglo

El ‘Síndrome de Estocolmo’ es un fenómeno sicológico intrigante que surgió en el ámbito del crimen y la sicología después de un incidente particularmente llamativo que ocurrió en Estocolmo, Suecia.

Así sucedieron los acontecimientos del 23 de agosto de 1973, que dieron origen a este término y cómo se convirtió en un estudio de caso para entender la relación entre secuestradores y sus rehenes.

El 23 de agosto de 1973, en el corazón de Estocolmo, Jan-Erik Olsson, un convicto en libertad condicional, entró en la sucursal del banco Kreditbanken en la plaza Norrmalmstorg con la intención de cometer un robo. Sin embargo, lo que comenzó como un simple robo rápidamente se convirtió en un drama de seis días que mantuvo a Suecia y al mundo en vilo.

Al darse cuenta de que no iba a poder escapar fácilmente después de que la policía llegara al lugar, Olsson tomó a cuatro empleados del banco como rehenes. Los encerró en una bóveda del banco y comenzó una tensa negociación con la policía. Durante este tiempo, Olsson solicitó la liberación de su amigo y compañero recluso, Clark Olofsson, para que se uniera a él. Sorprendentemente, las autoridades cumplieron con esta petición, y Olofsson fue llevado al banco.

Mientras el drama se desarrollaba, algo inusual comenzó a suceder. Los rehenes empezaron a desarrollar una relación amigable con sus secuestradores, defendiéndolos ante la policía y negándose a testificar en su contra una vez terminado el evento. A pesar del miedo y el peligro inminente, los rehenes sentían simpatía, e incluso afecto, hacia Olsson y Olofsson.

Esta conexión emocional inesperada entre los rehenes y sus captores desconcertó a la opinión pública y a los expertos en sicología. ¿Cómo podría alguien sentir empatía o afecto hacia aquellos que los habían amenazado y retenido contra su voluntad? Esta relación anómala, donde las víctimas muestran una especie de lealtad o simpatía hacia sus captores, fue lo que finalmente se denominó ‘Síndrome de Estocolmo’, en honor al lugar donde se manifestó por primera vez de manera tan clara.

A medida que los días pasaban, las negociaciones entre los secuestradores y la policía continuaban, pero la seguridad y el bienestar de los rehenes parecían ser una prioridad tanto para Olsson y Olofsson como para la policía. En varios puntos, se permitió a los rehenes llamar a sus seres queridos, y se informó que en uno de esos llamados, un rehén pidió a su familia que abogara en favor de los secuestradores.

La crónica de Estocolmo

“¡Todo el mundo al suelo, que empiece la fiesta!”: con estas palabras, Jan-Erik Olsson, metralleta en mano y bajo los efectos de estupefacientes, irrumpe en un banco del centro de Estocolmo.

El asalto tiene rápida repercusión mediática: “Janne” Olsson mantiene en su poder a cuatro empleados del banco — tres mujeres y un hombre — y usa a dos como escudos humanos, agitando su arma y amenazando con matarlos si no obtiene satisfacción a sus demandas.

Un cuantioso contingente de policías se despliega en la zona, con francotiradores apuntando al banco.

“Con frecuencia he pensado en esa situación absurda en la que nos encontramos”, rememora una de las rehenes, Kristin Enmark, que en aquel entonces tenía 23 años, en el libro en el que relata su experiencia.

Estábamos “aterrorizados y atrapados entre dos amenazas de muerte: de un lado la policía y del otro, el secuestrador”, alega.

Este tenía “varias exigencias: 3 millones de coronas suecas y la liberación de su compinche Clark Olofsson, uno de los criminales más peligrosos del país”, recuerda.

Para aplacarlo, el gobierno cede a ambas.

“Cuando Clark Olofsson llegó, se hizo cargo de la situación y de las negociaciones con la policía, a su manera”, cuenta a la AFP un fotógrafo que cubrió el evento, Bertil Ericsson, actualmente de 73 años.

Olofsson “tenía carisma, hablaba bien”, agrega.

Olsson se calmó casi instantáneamente cuando llegó su acólito, y Kristin Enmark vio en este a un salvador, según describe en su libro.

Olofsson “me prometió que no me pasaría nada y decidí creerle”, relata Enmark.

En varias ocasiones, la joven habló en defensa de sus captores: “Confío completamente en Clark y en el ladrón. No les tengo miedo en absoluto, no me hicieron nada. Fueron muy amables”, dijo el segundo día de cautiverio durante una llamada telefónica con el primer ministro sueco, Olof Palme.

Al final del sexto día, la policía entra en acción, perfora el techo del banco e irrumpe en el lugar lanzando gases lacrimógenos. “Janne” se rinde y los rehenes recuperan la libertad.

Ni amor ni atracción física

En el equipo de negociadores había un psiquiatra, Nils Bejerot, analizando en directo el comportamiento de los atracadores y los rehenes.

Fue él quien acuñó el concepto de “síndrome de Estocolmo”, refutado por muchos de sus pares.

“No es un diagnóstico psiquiátrico”, objeta Christoffer Rahm, psiquiatra e investigador del Karolinkska Institutet, autor de un artículo titulado: “Síndrome de Estocolmo: ¿diagnóstico psiquiátrico o mito urbano?”.

El término “puede describirse como un mecanismo de defensa que ayuda a la víctima a sobrevivir” en una situación de extrema presión. “Gracias a ese vínculo positivo, desarrolla una forma de aceptación de la situación, lo que a su vez reduce su estrés”, explica Rahm a la AFP.

Para Cecilia Åse, profesora de Ciencias Políticas de la Universidad de Estocolmo, el concepto esconde una “dimensión de género”.

Las autoridades interpretaron las declaraciones de Kristin y los demás rehenes “de una manera muy sexualizada, como si hubieran caído bajo el influjo de un síndrome” que les había obnubilado la razón.

Esta visión se vio alimentada por muchos rumores, especialmente sobre la relación entre Kristin y Clark.

Aunque más tarde tendrían una aventura, nada parece indicar que la historia de amor comenzara en el banco aquellos días de agosto de 1973.

“Por mi parte, no había amor ni atracción física, él era mi oportunidad de supervivencia y me protegía de ‘Janne'”, afirma la mujer que inspiró al personaje “Kicki” de la serie de Netflix “Clark”.

Según la profesora Åse, “el síndrome de Estocolmo es un concepto inventado” para ocultar la falta de protección del Estado.

Amenaza real

“Nosotros representábamos una amenaza real para los rehenes”, reconocería años más tarde el comisario Eric Rönnegård en un libro sobre las fallas policiales en ese asalto.

Señal de su resentimiento contra las autoridades, los exrehenes optarán por guardar silencio durante el juicio a los secuestradores.

A nivel psicológico, “desarrollar un vínculo emocional positivo con alguien amenazante” es una realidad habitual, por ejemplo, en las relaciones sentimentales abusivas, aduce el investigador Christoffer Rahm.

La reacción psicológica de la víctima le permite aliviar el peso de la vergüenza y la culpa que puede sentir, concluye.

Las Negociaciones y el Giro del Destino

Los alrededores del banco se transformaron en un improvisado escenario de operaciones policiales. Francotiradores, con el ceño fruncido y las manos temblorosas, se posicionaban con sus armas. Todos esperaban el momento propicio, pero el miedo a una tragedia los paralizaba.

Entonces, en un giro inesperado, llegó Clark Olofsson. Su entrada cambió la atmósfera. Con un carisma innato, tomó el mando de la situación, apaciguando a Olsson y sorprendentemente generando un sentimiento de seguridad entre los rehenes. Kristin Enmark, una joven de 23 años, vio en Olofsson una figura protectora. Sus palabras en defensa de los captores sorprendieron al mundo, especialmente durante su llamada al primer ministro sueco.

Cuando la crisis terminó, tras la intervención policial y el gas lacrimógeno que llenó el aire del banco, se inició una introspección. El psiquiatra Nils Bejerot, al analizar el peculiar comportamiento de los rehenes, acuñó el término “síndrome de Estocolmo”. Más allá de la controversia en torno a su veracidad, esta designación provocó un profundo debate en la comunidad científica y psicológica.

¿Era realmente un vínculo de empatía lo que se desarrolló entre los rehenes y sus captores? ¿O simplemente un mecanismo de supervivencia? Las opiniones divididas y los testimonios como el de Enmark añaden capas de complejidad a este fenómeno. El evento no solo dejó un legado psicológico, sino también una crónica de humanidad, miedo, y supervivencia, en las calles de Estocolmo.