‘Solito’, la epopeya de un niño migrante

“El título (Solito) me lo sugirió Bill Clegg, mi agente literario”. En un principio, Javier Zamora no lo sintió adecuado, pero poco a poco fue reflexionando sobre esa posibilidad. “Durante el viaje, y por primera vez en mi vida, me sentí alone, lonely, solo, solito, solito de verdad”.

La palabra “solito” fue adquiriendo un sentido épico que impregnaba las páginas del libro.
Solito (2022. Hogarth) narra el viaje de un niño salvadoreño de nueve años que desde su país soñaba con una mejor vida en compañía de sus padres que se encontraban en la Bahía de San Francisco, en Estados Unidos.

La historia empieza en el pueblo de La Herradura, en 1999.

“Viaje. Mis padres comenzaron a usar esa palabra hace un año: ‘Un día harás un viaje para estar con nosotros. Como el que hace Simba (El Rey León) antes de volver a casa’. (…) ‘Trip’, dicen ahora mis padres mientras les hablo desde la panadería, donde Abuelita Neli, el abuelo y yo vamos a llamar a mis padres. No tenemos teléfono en casa, pero sí tenemos televisión a color, nevera nueva y una pecera. (…) ‘Tus padres dicen que pronto estarás con ellos’, dice Abuelita, y sonríe mostrando sus dos dientes centrales superiores bordeados de oro. Sus hoyuelos se profundizan más en su cara redonda. Tía Mali (…) y Abuelita han estado usando la palabra cada vez más. Viaje esto, viaje aquello. Viaje, viaje, viaje. Puedo sentir el viaje en las plantas de mis pies. Lo veo en mis sueños”. Así inicia el primer capítulo de Solito.

Como Superman

El viaje inicia, pero a causa del abandono traicionero de Don Dago (el coyote que antes había trasladado a los padres de Javiercito a la frontera norteamericana), las dos semanas prometidas se convierten en siete en las que un niño que todavía no ha aprendido a amarrarse bien los cordones de los zapatos, se enfrenta a la sed en el desierto y al hambre en los páramos mexicanos. Siete semanas que lo enfrentarán con la migra, la deportación y las amenazas de muerte que lo obligarán a madurar a los nueve años.

Javiercito debe pasar por una serie de pruebas durante esas siete semanas en las que tres salvadoreños impiden que su compañerito de viaje muera. Lo cargan cuando se cansa, lo consuelan cuando se pone triste, le hacen bromas mandándolo a comprar “gasolina en polvo”. Serán su nueva familia en el mar oaxaqueño y en el desierto sonorense. Con ellos aprenderá a fingir ser mexicano para burlar a las autoridades. Javiercito canta “Mexicanos al grito de guerra…” y asegura que su presidente se llama Ernesto Zedillo. Su Abuelito se lo había advertido: “Tienes que aprender a mentir mejor para salvarte”.

Javiercito se salva gracias a la estrella de la suerte que lo protege, a su ingenio (“cuando estuvimos encañonados, acostados boca abajo tragando polvo oaxaqueño, yo me imaginaba volando como Superman”) y se salva gracias, sobre todo, a la solidaridad de sus tres compañeros de viaje: Chino (“a quien nunca le di las gracias”, recuerda Zamora en un poema de 2017), a Patricia, que lo quiso como a un hijo, y a su hija Carla de entonces 12 años de edad. A ellos está dedicado Solito.

Sin proponérselo, con Solito Zamora ha “resucitado” a miles de niños migrantes que también entraron ilegalmente (y solitos) a Estados Unidos en los 90 y los siguientes. En 2021, 120 mil niños cruzaron esa frontera.

En las lecturas y presentaciones de Solito, algunos asistentes se han acercado al autor con irreprimibles lágrimas para felicitarlo: “Yo también fui un niño migrante”. Este relato de 400 páginas tiene una voz; es la voz de un Javiercito de nueve años, pero también es la voz “alone, sola, solita” de todos los niños migrantes.

Habilidades extraordinarias

En 2019, Zamora empezó a escribir Solito. Un año en el que tuvo mucho a su favor. Recibió apoyos de The National Endowment for the Arts, fue becario en Berkeley, Stanford y Harvard donde posteriormente fue académico. Obtuvo premios importantes por Unaccompanied (2017), libro de poemas que también se refiere al “viaje” que realizó solito. Y por poseer una enorme inteligencia, recibió una visa de “habilidades extraordinarias”.

“En apariencia, en 2019 yo estaba bien –ha comentado Zamora a The Times–, pero todavía tenía problemas. Tenía dificultades para trabajar y mi vida personal se estaba desmoronando”.

El encuentro fortuito con una terapeuta que también había sido infante migrante fue decisivo.

“Ella me ayudó a quitar la piedra que bloqueaba la puerta de mi felicidad”. Zamora le temía a su yo de nueve años que lo perseguía como una sombra. “Nunca me había parado a mirarlo ni a honrarlo por lo que realmente es: un sobreviviente, superhéroe”. Para enfrentarse al niño que había sido, Javier intentó hablar y sentir como Javiercito.

El “desbloqueo” fue largo y doloroso, Javier Zamora está seguro de que sin la terapia Solito no existiría, no estaría casado y no sería tan feliz como ahora lo es en Tucson, Arizona, donde ha encontrado un paisaje similar al de El Salvador.

Veinte años tardó Javier en arrancarse “el escudo machista” que lo obligaba a silenciar el dolor. Javier no podía pronunciar los nombres de Chino, Patricia o Carla sin ahogarse. Él sabía que tenía que perdonar a Javiercito para sentir orgullo de él. Sabía que debía dejar de sentir vergüenza por no tener papeles. También tenía que perdonar a sus padres que, huyendo de la guerra civil y la violencia de El Salvador, preferían no hablar del trauma migratorio. En los agradecimientos de Solito, Zamora se dirige a ellos: “No carguen con la culpa porque hace tiempo que los perdoné”. Hoy su padre (también Javier) está fascinado con la lectura de Solito, pero la madre de Javier (Estela) no puede pasar del primer capítulo.

¿Quién es Javier?

Hoy Javier tiene su green card. Es voluntario en Salvavisión, organización de ayuda a inmigrantes. Es un experto en historia de El Salvador. Ha dejado atrás el miedo que le provocaba hablar español, de escribirlo entre palabras en inglés. Javier se ha reconciliado con el hecho de ser salvadoreño e introduce el caliche (caló salvadoreño) en prosas y poemas. Javier Zamora es –lo presume–: “El primer salvadoreño que ha llegado a la lista de bestsellers del New York Times”.

Claves
Activismo poético

Javier Zamora, Marcelo Hernández Castillo y Christopher Soto crearon, en 2015, Undocupoets, organismo que persigue eliminar los requisitos de ciudadanía para que los indocumentados puedan concursar por premios literarios estadounidenses.

Señas particulares

Un tatuaje en el torso que reza “Como tú” es una referencia al poema del también salvadoreño Roque Dalton que ha guiado la vocación literaria de Javier Zamora.

Tres poetas migrantes

Sonia Guiñansaca. Ecuatoriana en Harlem. Nostalgia y fronteras, 2017.
Ocean Vuong. Vietnamita en Brooklyn. Night Sky with Exit Wounds, 2016.
Javier Zamora. Salvadoreño en Tucson. Unaccompanied, 2017.